Y A MÍ, ¿QUIÉN ME CUIDA?
Sofía Fuentes Molina
Este relato está dedicado a las mujeres que conozco, esas luchadoras sin descanso que continúan adelante a pesar de las adversidades que el destino les pone en su camino.
Parte 1: LA HIJA
Empiezo por aquí porque todos somos hijos de alguien, conozcas o no a tus padres, siempre empiezas siendo un espermatozoide con un óvulo que se funden para perpetuar la especie.
Cuando vas creciendo te das cuenta de que el mundo es desigual, para hombres y para mujeres. Depende de lo que te encuentres en tu casa tendrás una visión, más agresiva, o más dulcificada de un mundo hostil.
Como hija, tendrás una madre que, gracias a la naturaleza, vivió casi un año de su vida entre embarazo, parto (o cesárea) y postparto dedicándose a ti (de forma consciente o simplemente siguiendo el ritmo marcado por la sociedad y por el entorno). Esos meses tienen muchos días y esos días tienen muchas horas, algunas agradables y otras angustiosas.
Si has llegado hasta aquí es porque eres una superviviente, gracias a tu madre y gracias a las circunstancias que te hacen ocupar el papel de hija. Tú no elegiste nacer, pero tienes que ser consciente de que este mundo, por muy duro que sea, es tu mejor experiencia por el sólo hecho de respirar.
Agradece tu vivencia, ya que, aunque fuese decisión o sacrificio de tu madre, ya eres una persona independiente y única aquí.
Parte 2: LA MADRE
Todas las mujeres no son madres, unas porque no lo desean, otras porque las circunstancias no son propicias para que suceda. Pero seamos o no madres, todos conocemos a una madre.
En el ideal de madre está la mujer que lucha y protege a sus hijos. Que antepone la felicidad de sus hijos a la suya propia. Que saca de dónde no hay. Que inventa, que ríe, que transmite la fantasía y la ilusión, creando un mundo imaginario de seguridad y calor dentro del hogar. Eso, como digo, es el ideal de madre.
Esas mujeres ven más allá, intuyen el futuro, programan, organizan y llevan a cabo un trabajo sin descanso, sobreviviendo, aún con mucho en contra. Mi felicitación a todas las madres de este mundo, porque gracias a ellas estamos aquí.
Parte 3: LA HERMANA
Evidentemente todos no tenemos una hermana (al menos una hermana de sangre), pero sí que adoptamos a distintas hermanas a lo largo de nuestra vida. Esa hermana es confidente, apoyo y “paño de lágrimas” incondicional.
La mejor sesión de terapia en un café o una cerveza para encontrar la solución a un problema, o reírse de él, si éste no tiene solución.
La persona que, con sólo mirarte, sabe cómo te sientes y qué necesitas. Esa mano amiga que tira de ti cuando estás mal y que disfruta con tus alegrías. La que da el abrazo que llena tu alma. La que te hace sentir que nunca estás solo por mucho sufrimiento que lleves encima, la que te recuerda a diario, que las alegrías compartidas son alegrías dobles y las penas compartidas son “medias” penas.
Esa persona es imprescindible en cualquier vida. Entra por azar en tu vida. Si vives con ella, los recuerdos creados serán la base de tu vida adulta. Si la “has adoptado” tú, también inventaréis historias y viviréis aventuras. Una evasión necesaria para la desconexión y puesta a punto de nuestra mente en el avance de los días de nuestra vida.
Parte 4: LA ABUELA
Hay veces que ni la madre, ni la hermana ni la hija pueden superar el papel que marca una abuela.
La abuela es una mujer con experiencia de años que ha llegado hasta una fase avanzada de su edad adulta, superando obstáculos, ya que ha sido hija y madre para llegar hasta aquí.
Confidente y amiga, un papel que puede tener una amiga, pero desde la voz de la experiencia más elevada.
A la abuela hay que escucharla con atención, reflexionando con sus historias, imaginando su juventud y su madurez, para entender el “ahora” y saber sus aciertos o fallos en sus decisiones para dar una respuesta más acertada a nuestras preguntas o retos. Está claro que no tenemos vida suficiente para cometer mil errores y aprender de ellos. Lo inteligente es aprender de los errores cometidos por otras personas para decidir e ir acertando en nuestras decisiones. De una abuela se puede aprender, pero hay que saber escuchar, saber escuchar en silencio y con atención. Oír sus relatos de nostalgia, sonreír con sus frases de que otros tiempos pasados fueron mejores o peores, desde su punto de vista relativo en su momento y circunstancias, pero aprender al fin y al cabo de esa persona.
Si me has acompañado hasta aquí te preguntarás el porqué del título del relato, pero esa respuesta ya la tienes. El cuidado sólo depende de uno mismo, sólo uno tiene la obligación de cuidarse. Evidentemente cuando eres niño otros tienen que cuidar de ti y educarte para que las responsabilidades sean progresivas y crecientes, es la única forma de avanzar en este reto llamado vida. Pero cuando vas creciendo eres tú y sólo tú el que tiene que cuidar de tu cuerpo y mente. Tienes la suerte de estar vivo, con enfermedades o sin ellas, con dinero o sin él, pero con una cabeza que funciona para saber que los tóxicos perjudican, que la salud mental necesita horas de sueño y que todos los días requerimos unos minutos para pensar, para mirar el cielo y ver luz y nubes, con tonos azules y grises, para estar agradecidos por poder ver o tener otros sentidos que nos permiten conocer sin ver. Para saber que el sentimiento más puro es el amor y que dando,
ayudando y respetando, las sensaciones que tenemos superan el dolor y el miedo, dar para recibir, dar para sentir, aunque no se reciba. Ese es el control de nuestra vida. Una alegría frente a una tristeza, un ahora frente a un después. Un día tras otro. Avanzando. Disfrutando de ese avance. Superando tristezas, muertes, pandemias y guerras, centrándonos en respirar y en saborear ese aire gratuito que entra en los pulmones y purifica el espíritu más dañado. En realidad, ahí está la magia. En realidad, esto es la vida.