ILUSTRE COLEGIO OFICIAL
DE MÉDICOS DE CÓRDOBA

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UN TABARDILLO EMOCIONAL

“¿Hasta dónde llegan las barbaridades del comportamiento humano?”

Esa fue la enigmática pregunta del profesor de Psicología a sus alumnos, pregunta que ilustró con una explicación sobre el otoño, al proponerla en un día nublado. Tiempo otoñal en esa estación meteorológica en la que predomina la languidez y la melancolía en determinadas personas, por esos días más cortos en luz, con variabilidad de temperaturas, aparición de lluvias, y días de viento solano.

Tiempos otoñales, -continuó argumentando-, donde tiene lugar el agotamiento y la debilidad de los árboles de hojas caducas, unas circunstancias propias de la naturaleza que originan, en dichos árboles, la pérdida de sus hojas que se extenúan desvaneciendo su vitalidad.

Una misteriosa estación, -se detuvo mientras paseaba por el estrado, y llevándose su mano derecha hacia su barbilla, y en tono reflexivo, continuó-, en la cual, en las frondosas ramas de determinados árboles, tiene lugar un fascinante espectáculo de llamativos colores cuando sus verdes hojas cambian su color ofreciendo diversas tonalidades, amarillas, anaranjadas, rojizas y ocres. Las hojas, que van cayendo al suelo, esparcidas por el viento, crean un mustio panorama de caspa inútil cuando los olmos, robles y hayas, en esos bosques de fantasía, se desnudan al frescor de las cortas tardes de noviembre. Memorable encanto que fascina el sereno mirar de pupilas ávidas de contemplar los bellos colores de una naturaleza inerte cual destino cíclico de bosques encantados. España es muy rica en bosques que ofrecen su característico color otoñal que nos atrae por su belleza y hermosura.

A Laura, una de las alumnas que más destacaba en los estudios, le fascinó el trabajo propuesto por su profesor, y más aún, cuando, en su interior, se acordó de su madre por esas secuelas que el tiempo otoñal le repercutía en su estado de ánimo.

Laura era la mayor de dos hermanas, responsable, cautelosa, muy inteligente, gran cinéfila, experta en idiomas y en artes gráficas destacando en la pintura, siendo, también, una gran lectora desde muy pequeña.

Debido a su innato estoicismo, lograba superar los problemas, con lo cual mostraba una capacidad y una fuerza de voluntad que le hacía capaz de controlar sus emociones y sentimientos, mostrando, con ello, una actitud firme ante cualquier adversidad, algo por lo que, después de superar la selectividad, llegó a la conclusión de que si ella no podía controlar las cosas que le suceden, si podía, por su propia voluntad, controlar la forma de actuar y reaccionar frente a ellas.

Y todo esto lo llevó a cabo gracias a las lecciones de su profesor de psicología cuando, al principio del curso, éste, basándose en afirmaciones de eruditos en la materia, les explicaba que en el buen caminar por la vida para intentar que todo ocurra lo mejor posible, hay que desarrollar una serie de valores como lo son, la fortaleza, la voluntad, la resiliencia, la alegría, y algo tan fundamental como la independencia personal. Si así lo hacéis, les dijo, podréis aprender a identificar vuestras resistencias y debilidades, con lo cual lograréis desarrollar el gran potencial que lleváis dentro.

Ese fue el motivo por el cual Laura se empeñó en fortalecer sus sentimientos y emociones gracias a esa filosofía estoica, y a ese estado emocional y sentimental de buena esperanza que fue adquiriendo con las lecciones que su profesor explicaba en clase, esa señal de buena esperanza que, con tanta insistencia repetía, argumentando que dicha señal era para ella una esperanza anímica de que las cosas, siempre, le iban a salir bien. Así fue madurando en sus comportamientos, una maduración que consiguió a pesar del desorden emocional que captaba en sus padres, lo que le originaba un trastorno de su carácter.

Durante todo el viernes por la tarde y el sábado por la mañana no hizo nada en relación con el trabajo solicitado por el profesor, recordando que ella inició, por voluntad propia, el estudio de la psicología a pesar de los machacones consejos e insistencias de su padre que quería que estudiase arquitectura. Una dañina imposición que se agravaba por esa otra manía de la madre que quería que fuese abogada, como lo fue su abuelo.

Antes de comer llamó por teléfono a su amiga Irene proponiéndole acudir al cine para ver la película Lo que el viento se llevó.

-Una gran película, pero muy larga, le dijo su amiga.

-Sí, Irene, -le respondió y argumentó diciéndole Laura-: aunque ya la hemos visto, me interesa verla de nuevo para sacar conclusiones más detalladas de los distintos comportamientos humanos que ocurren cuando, un gran pueblo, por divergencias ideológicas, socioculturales, medioambientales, vanagloriosas y económicas, decide enfrentarse, unos contra otros, en una fratricida guerra. Y más aún, cuando, en esa trama argumental, concurren comportamientos humanos divergentes, no sólo en el aspecto racista y de esclavitud, sino en el aspecto económico, sentimental, emocional, ético, moral, fisgón, vanidoso, revolucionario y anárquico.

-Coincido contigo, Laura, pero, para mí, hay algo más destacado que la película nos ofrece. Un comportamiento de una mujer liosa, insegura, orgullosa, trápala, oportunista, engreída, rebelde y obsesiva. Mujer guapa, seductora, provocativa y con un flirteo especial que le hacía ser una “calientasopas”, por no decir otra palabra más disonante, malsonante y despectiva. Mujer que hace daño a todo aquel que le viene en gana, con una excesiva idea persecutoria de conquistar a quien ya estaba comprometido con su mejor amiga. Mujer que, al verse en la miseria, lanza una sentencia de dominio y orgullo poniendo a Dios como testigo. Mujer que habiendo enviudado dos veces, y viéndose envuelta en la miseria tras la guerra, dándose cuenta de que las necesidades aprietan, decide casarse con el hombre rico que, desde siempre, la quiso conquistar, y todo, con la intención de conseguir caprichosamente el logro de la opulencia, el poder y la fama. Pero, he ahí su ingrato mal comportamiento, desde siempre le mostró el más absoluto desprecio y humillación por persistir, en ella, el reiterado y porfiado deseo de conseguir, incluso con argucias, al marido de su gran amiga. Una mujer amable, sencilla, humilde, trabajadora, comprensiva y resolutiva tras los chismorreos amorosos que originaron aquel encuentro fingido entre su marido y la seductora e incitante amiga. Mujer, también, que, como consecuencia de sus múltiples acciones de desaire y repulsa, al verse degradada y abandonada por su marido tras sufrir, éste, la pérdida de su hija, así como tantas humillaciones y desmanes de ella, no le quedó más remedio que oír y soportar una de las frases más despectivas y ofensivas de desprecio: ¡Francamente, querida, me importa un bledo!

He ahí, -le corroboró Laura con énfasis-, otro clásico comportamiento de la condición humana, el desprecio. Un desprecio que, en este caso, en el emblemático guion de la película, es justificable, pero, por desgracia, en el día a día de las relaciones interpersonales, resulta muy lamentable y dañino por las consecuencias que origina.

Si te acuerdas bien, -continuó Laura con su razonamiento-, en la película, también aparece ese otro desprecio entre los norteños y sureños y, con más influencia, en la sociedad sureña en la que existía una descomunal diferencia de clases evidenciada por la esclavitud de la raza negra. Un comportamiento esclavizante que denigra, ofende, abusa, y desprecia, es inhumano y, muchas veces, criminal. El racismo siempre ha sido extremista y supremacista en determinados grupos de seres humanos cuyos modos de proceder dejaron mucho por desear por su excesiva crueldad. De ahí que me venga a la cabeza esa organización llena de odio, ira, rencor, desprecio y venganza que apareció tras la guerra de Secesión estadounidense en el siglo XIX, llamada Ku Klux Klan. Un movimiento reflejado en muchas películas racistas.

-Menudo tema, la esclavitud, -le respondió Irene-. La esclavitud es una de las mayores lacras que ha sufrido la humanidad a través de los tiempos. Aunque, en la película que comentamos, a la esclavitud se le trata con dignidad, hay otras películas donde la esclavitud es tratada con mucha maldad y crueldad. Películas como Mandingo, Amistad, 12 años de esclavitud, y El color púrpura. Hay otras menos crueles como, Criadas y señoras, película más divertida y cómica, en la que una joven escritora antirracista entrevista a las negras de una ciudad sureña para conocer sus vidas al servicio de las grandes familias de blancos, donde sufren toda clase de formas y maneras de esclavitud. Y en esa otra, La esclava libre, destaca en ella el mercado de esclavos, el antirracismo y el esclavismo libertador, el valor y la lucha por la libertad, el valor de la lealtad, y la importancia del amor, independiente de cualquier prejuicio.

– ¡Que maravillosas películas, le responde con entusiasmo a Irene! Y hablando de maravillas, -continuó-, algo maravilloso que se nos ha olvidado de comentar, es el tratamiento cariñoso, respetuoso y digno que se le da a la prostitución en esa gran película que queremos ver de nuevo.

– ¡Laura!, ¡Laura!, deja el teléfono, tu padre ha llegado, vamos a comer, le dijo su madre muy ofuscada.

-Mamá, te veo últimamente muy estresada. Eso no es bueno. Algo te pasa, y me imagino que algo influirá ese rechazo que, tanto tú como mi padre, mostráis hacia mí. Unos comportamientos fuera de lugar por no aceptar que ya soy una persona adulta, y soy yo, únicamente yo, quien tiene que decidir su futuro.

– ¡Anda!, déjate de monsergas, y ayúdame a poner la mesa, tu hermana está a punto de llegar del instituto, le apostilla la madre.

Juan, el padre de Laura, hombre de pueblo curtido en el campo, recio, duro de genio, y difícil de soportar cuando las cosas no le salen como él quiere por esa manía perfeccionista que le inculcó su madre, llevaba la finca que heredó de su padre a la que acudía a diario.

La madre de Juan fue una mujer de su casa, casada con un abogado criminalista con su despacho en el pueblo y otro despacho en la ciudad donde acudía a diario. Esposa que soportó a duras penas, mientras su marido trabajó, todas las quejas, comentarios, inclemencias, éxitos y fracasos que éste manifestaba continuamente tras representar a sus clientes en casos de agresiones, fraudes, robos, y asesinatos, casos en los que trabajaba con mucha presión, teniendo, a su vez, que tomar decisiones rápidas.

En la universidad donde sacó el título de abogado tuvo que afrontar la rigidez de las enseñanzas con las cuales lograría ser un buen abogado. Habilidades y competencias que fue aprendiendo a base de muchas horas de estudio como destacaban la capacidad de analizar y razonar las pruebas y argumentos de los casos, la capacidad de negociación para llegar a acuerdos, el buen carisma para comunicarse con claridad y persuasión en el lenguaje oral o escrito, demostrar y tener una buena empatía, saber asesorar con rectitud y sensibilidad, y, como no, mostrar una integridad y una ética profesional.

Todo esto supuso para su esposa, una mujer labriega, sin apenas estudios, el tener que soportar a diario todas las inclemencias laborales de su marido, sacando adelante las tareas de la casa, el cuidado de sus tres hijos, con sus ropas, con los bautizos, las comuniones, los cumpleaños, las enfermedades, las escuelas y las universidades de dos de ellos. Juan, el primogénito, no quiso estudiar, dedicándose a las labores del campo.

Laura ayudó a su madre a poner la mesa. Sentados todos juntos, la madre relata que lleva semanas sin poder conciliar el sueño a pesar de dormir en otra habitación para no despertarse tan temprano como lo hacía su marido. Este le argumenta que, por el tiempo otoñal, empiezan las labores de preparación de las tierras para el sembrado, el abonado, y los tratamientos fitosanitarios. Y a los olivos hay que tratarlos para que las aceitunas engorden y aumenten su rendimiento.

Laura le dice a su madre que, por sus conocimientos en psicología, los seres humanos, según su actitud o disposición del ánimo por situaciones estresantes, sufren alteraciones que provocan que su pensamiento se altere. De ahí la importancia, para una vida sana, dominar el pensamiento consciente en detrimento del pensamiento inconsciente.

El pensamiento consciente, -le recalca-, nos ayuda a vivir y a mantener una vida sana porque nos hace ver lo positivo, y con ello superamos las preocupaciones. Esa es la mente positiva, la mente consciente, la mente controlable.

El pensamiento inconsciente, por el contrario, -les argumenta con énfasis-, destruye la vida por esa frustración y la ansiedad que genera, por ese afán incontrolado de darle tantas vueltas a los problemas condicionando una gran preocupación emocional. Esa es la mente negativa, la mente inconsciente, la mente incontrolable.

El buen sueño, -continúa dirigiéndose a su madre-, se consigue con el pensamiento consciente, porque con él, desterramos las preocupaciones, consiguiendo que el cerebro trabaje con normalidad activando en positivo al sistema hormonal del sueño.

Si nos acostamos con una preocupación incontrolable, entra en juego el pensamiento inconsciente, el cual provoca una desestabilización de las hormonas que regulan el sueño, apareciendo el caos, y con ello, el insomnio.

-Hermana, -intervino Inés, la hermana menor estudiante de Segundo de Bachillerato-, tú también te desvelas varias veces por la noche, enciendes la luz del dormitorio, y te pones a dar paseos. ¡Algo te pasa a ti también!

-Tienes razón, algo me pasa y algo nos pasa en la familia. Fíjate, mamá la veo estresada, muy quisquillosa, e irascible en algunos momentos. No sé si por su problema de la menopausia, la divergencia de criterios entre ella y yo por mis estudios, por tu carácter que, ¡algunas veces se las trae!, o por pérdida empática entre ella y papá. No lo sé, pero sí sé que algo raro está ocurriendo entre nosotros.

-Verdaderamente, todo esto resulta sorprendente, -interviene el padre que, aunque poco hablador, muestra en su rostro un gesto de preocupación-, y dice: Tal vez, nos convendría hacer una terapia de grupo, y lo digo, porque tú, Laura, ya que te empeñaste en estudiar Psicología, alguno de tus profesores, si tiene consulta particular, nos podría ayudar a encontrar unas soluciones gratificantes para todos.

-Yo, por mi parte, estoy de acuerdo con tu propuesta, le dijo la madre a su marido, cogiéndole la mano.

-No es mala idea, le dijo Inés a su hermana, sentada a su lado en la mesa, mostrando una actitud de súplica.

-Si estamos todo de acuerdo, ¡encárgate de ello!, le demandó el padre a Laura.

-Así lo haré la semana próxima, pero, ahora, disfrutemos de este estofado de ternera que tan rico le sale a mamá. Y deleitémonos con estas aceitunas partidas que tan bien las preparas y aliña, expresó con amabilidad dirigiéndose a su padre.

La comida trascurrió con normalidad. Las dos hermanas ayudan a su madre en la recogida de la mesa y el lavado de utensilios. El padre se sienta en el sofá y lee el periódico, Inés se marcha a su cuarto y se pone a repasar los temas del día, y Laura llama a su amiga Irene quedando en la puerta del cine para ver la película por la tarde.

Durante el domingo, Laura se pone a redactar el trabajo propuesto por su profesor describiendo los distintos comportamientos humanos que encontró en el argumento y guion de la película. También puso énfasis en los posibles problemas comportamentales que suceden en las familias. Esos trastornos que se dan con frecuencia dentro del seno familiar, ya sea entre los hijos o entre la propia pareja, que dan lugar a comportamientos extraños, muchas veces agresivos, y todo por una falta de comunicación, por intromisión en la vida de los otros, por enfrentamientos de ideas, por distanciamientos originados por problemas o situaciones absurdas, por la escasez de empatía entre unos con otros, por los dichosos celos entre los hijos, por sentimientos de abandono, y por agravios injustificados.

El lunes, en clase, cada alumno expuso sus teorías. Laura leyó las suyas, quedando el profesor encantado. Dirigiéndose a ella le dio una opinión particular de como los malos comportamientos humanos se podrían evitar. Subido en el estrado les dice a todos sus alumnos que, por desgracia, y cada vez más, los seres humanos no dan muestras, ni expresan algo tan fundamental y necesario, como lo es el cariño.

Recordar siempre esto, -le enfatizó-, el cariño es un sentimiento, es una manera de expresar simpatía a las personas de nuestro entorno. El dar y recibir cariño en las relaciones interpersonales, es una necesidad para que nuestra existencia sea buena. El hecho en sí de dar y recibir cariño nos hace sentirnos satisfechos al comprobar que somos útiles y necesarios.

Se conoce científicamente, -dijo cogiendo un libro de su mesa-, que en el acto de dar y recibir cariño interviene una hormona cerebral, la oxitocina. Esta hormona se estimula con el amor, la calma, el afecto, la paz y el cariño. De lo contrario, el mal humor, el desprecio, la ira, la intranquilidad y la agresividad estimulan a la adrenalina, y esta inhibe a la oxitocina.

Por lo tanto, el acto de dar y recibir cariño aumenta la autoestima, nos da confianza, nos hace generosos y altruistas, refuerza la personalidad, regula el miedo, la mente es más ágil, nos calma, nos hace más seguros en sí mismos, refuerza y fortalece la empatía emocional, disminuye el estrés mejorando el estado de ánimo eliminando la ansiedad, baja la tensión arterial, mejora la memoria y contribuye a mitigar los dolores osteomusculares.

Como pueden ver, -les recalcó-, el dar y recibir cariño si todos lo practicásemos, todos esos malos comportamientos humanos podrían desaparecer, o por lo menos, disminuir.

Y algo fundamental que tenéis siempre que recordar, -les insistió con vehemencia-, es lo siguiente: La perseverancia con el paciente es la mejor arma para ganar la batalla de su enfermedad, y si se acompaña de ese maravilloso manjar que enriquece y fortalece el espíritu de la vida, como lo es, la prudencia, los resultados terapéuticos serán mejores, ya sea para el paciente, como para sus familiares. Y, será, aún mejor, si damos y recibimos cariño. He ahí el valor de la empatía cariñosa.

Y, en cuanto a lo que comentas, -dirigiéndose a Laura-, en relación a muchos problemas familiares tan frecuentes en el día a día de las relaciones interpersonales familiares en los que haces hincapié del por qué, y cuál puede ser su origen, -de nuevo dirigiéndose a toda la clase-, les argumenta lo que él ha ido constatando con su experiencia en relación a los problemas familiares expresándolo con énfasis: ¡Todo radica en lo que muchos achacan al tabardillo!

El tabardillo, -continuó-, en el argot popular, es un problema más propio, y lo refleja y manifiesta mejor la mujer. Es ese estado emocional que se origina en situaciones estresantes propias de acontecimientos inesperados, indeseados, insólitos, anómalos, aberrantes y chocantes, que crean inquietud, impotencia, zozobra, inestabilidad emocional, acaloramiento del ánimo y alboroto sentimental, es decir, un disgusto angustioso.

Son momentos atípicos en caracterologías humanas influenciadas por estados de ansiedad inexplicables por los acontecimientos en sí, que provocan un desequilibrio del estatus personal, intentando, con ello, la persona afectada, llamar la atención en quienes le acompañan en ese momento.

Pero recordar esto siempre, -les reiteró-, hay que tener cuidado, porque los tabardillos cronificados en las personas suponen, para ellas, un vivir sin vivir, un sin vivir, como decimos habitualmente. Es decir, cronifican su estrés, y su estado de ansiedad se agrava. Es, en ese momento, donde debe de entrar en juego lo que antes os he manifestado, ese algo tan natural e importante como lo es, el mostrar una sonrisa, y el dar cariño, en esos momentos cuando, alguien, a nuestro lado, lo necesita.

¡La clase ha terminado, os espero la semana que viene!

Manuel León Vega.

 

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