PAISANAJES
Fernando Leiva Cepas
Navegar, como cualquier otro pasatiempo,
sin pasado, y apenas una simple barca.
Pasear, como si la mochila no pesase
de vuelta al trabajo en los días claros.
Recordar obviando lo navegado,
salvando todo, del racimo de la nada.
Basilea, septiembre de 2022.
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Risa sin pausa, que riendo te ayuda,
dulce palabra que te acompaña
en la triste vida de una tela de araña,
corazón limpio, sin ninguna duda.
Bigote de politburó, y frente desnuda,
conocedor del fiambre de esta España.
Cortaría algún pescuezo con la guadaña
mientras espera que un medio acuda.
Hombro donde apoyarse para mis padres,
mi familia, y la cara en mis monedas.
Antes de que la vida nos descuadre,
Volverás a tus nietos y a tus veredas.
Envidia tengo, que vas a abrazar a mi madre.
En mi corazón vives, en mi mente te quedas.
En Cádiz, sopla Levante. 18/3/22
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Las siestas, como en los domingos
en los que no se espera nada,
no se antepone nada
ni se programa nada.
Se silencia la alarma,
se pregunta por la familia
como queriendo saludar a la rutina;
pero evitando que llegue el mañana.
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Después de todo fuimos felices.
Pese al ruido de sables por las cosas de casa.
Los despertares nocturnos en tus movimientos.
La eterna lucha por la misma sábana,
y por dejar las zapatillas en cualquier parte.
Fuimos felices.
Y eso que cerrabas siempre con un portazo,
inundabas las mañanas de olor a café
y saludabas el día con un reproche.
Pero, respondías a mi silencio con un beso,
a mis nervios con tu cintura,
y los vaivenes con tu locura.
Los caminos de tu mano,
y los viajes nuestro proyecto.
Después de vivir contigo, seguimos siendo…
Dos, uno y felices.
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Aún hoy, pasado ya el tiempo
revivo tus buenos días,
que todavía parecen alegrarme.
Igual que la marea va y viene,
se quedan y van algunos recuerdos.
Una palabra, un olor, algún beso.
Mirarse y callar.
Sonreír y estar.
Estar, como aquellas tardes
de tenerse sin espera.
Como la fuerza de tu mar
contra mi escollera.
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Tenía ganas de aeropuerto,
de vuelos retrasados,
de libro en sala de espera.
De lugares no visitados.
Tenía ganas de mover maletas
y de abrir el pasaporte.
Sacudir el polvo de los rincones
y volver al Sur, encontrando el Norte.
Aeropuerto de Beauvais, Francia. Noviembre de 2021.
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Hay demasiado tiempo entre tu plaza y mi calle,
otro tanto de distancia hasta tu ombligo.
Ya no sé que te va o te trae conmigo
en la sombra que espera recorrer tu talle.
No tengo elemento real que te halle,
aunque bajo tus letras encuentro abrigo.
Sin saber si soy partidario o enemigo
de que un beso nuestro nos desencalle.
Córdoba, diciembre de 2021.
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Mejor no ser el beso en la frente de la despedida.
El abrazo del sé que no volveré a verte.
El mensaje bloqueado por la herida,
o las lágrimas disueltas en la corriente.
Mejor ser quien camina de frente y sin miedo,
quien envía siempre postales y sin permiso.
Quien no se queda con las ganas
de besar, aún sabiendo un mal destino.
Córdoba, diciembre de 2021.
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Vacaciones es despertar sin alarma.
Desayunar, porque sí, en casa.
Conocer sin prisa tu ciudad,
y pisar fuerte sus calles.
Té, vino y amigos, sin horarios.
Visitar una librería nueva,
leer en el parque,
o pasear, sin más, de su mano.
Vacaciones es respirar el tiempo libre,
paladear, la comida en casa,
deshaciendo la rutina que te ata.
Y tardes escribiendo,
notando el tiempo que pasa y no regresa.
Y después de la deseada tregua,
poder volver. Siempre volver.
Roma, noviembre de 2021.
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Niña, ¿te vienes conmigo?
Tu cabeza me dijo no,
y me mentiste con los ojos.
Ya siendo chiquitos
me huías lejos
y me esperabas escondida
siempre muy cerca.
Yo me casé contra ti,
y tu contra mi,
mientras nuestros ojos
volvían a mentirse.
Llegaron los hijos,
incluso nacieron los nietos.
Mientras empujábamos
historias que no fueron nuestras.
Mi soledad,
alcanzó el invierno de la tuya.
Y llamó a mi ventana
un amanecer de domingo.
Aunque tarde,
deseaba oírte decir:
Niño, me voy contigo.
Jaén. En un traslado hacia Córdoba. Abril de 2021.
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Es mejor irse, que no ir. Siempre.
Que venir y no volver. Nunca.
Mejor dejar huella, que dejarse pisar.
Y terminar, que no haber comenzado.
Y mejor no parar que arrepentirse
de que las manos y labios tiemblen.
Y evitar recordar que pasó el tiempo
quedando en el tintero algo pendiente.
Granada. Una noche de guardia de agosto de 2021.
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Entonces, mamá, dime:
¿por qué siempre sonríes?
Iba a tu habitación,
entraba, muy despacio.
Y casi sin moverte,
apenas, con un giro,
abriéndome los labios.
Derramabas en mí
alegría constante,
y fuerza, permanente.
Con tu imprevista ausencia,
tus recuerdos, felices, ya florecen;
y tu risa, es el más preciado escudo.
Ahora río con todo, por los dos,
porque así, me haces libre.
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Aquí y ahora, nos toca el silencio
agostado entre los cuartos.
Contemplar incólume el tiempo
que la vida detuvo de un zarpazo.
Van quedado pendientes,
como quedan los rosarios sin Aurora.
Y se hunden los surcos en las simientes
deshojando de los árboles, su memoria.
Van acumulándose los suspiros
como se mutan las amapolas.
Una tras otra, detiene su brillo
como el mar afina las caracolas.
25 de noviembre de 2020. Villarrubia.
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Y si mañana no vuelvo
deja la persiana subida,
que entre el sol,
la lluvia y el aire.
Dejaré la cama hecha,
pero el cuarto sin recoger;
que me gusta que haya cosas pendientes.
Los libros estarán abiertos,
pero no inacabados.
Las plumas cargadas
y la agenda vacía.
Cumplí hasta hoy, todos mis planes.
Dejaré un recuerdo no escrito,
un verso inacabado
y un suspiro vencido.
El té, que siempre hierva,
la leche, por favor, fría.
El verde que quede lejos,
el rojo que conduzca la vida.
Procura que la ropa huela limpio,
que así me lo enseñó ella.
Que la música no pare,
y las lágrimas se hielen.
Dejaré un último resquicio,
una puerta abierta.
Una salida oculta,
una mirada cierta.
Y si vuelvo, que ya no encuentre nada,
que su sitio, sea fuera de lugar.
Si estuve aquí, nunca me he ido.
Y siempre, quise volver a empezar.
Villarrubia, diciembre de 2019.
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Lo peor de saber que no te espero
es ya no tener llamadas perdidas,
ni las ganas de verse a la salida
al mutar el vamos por un no quiero.
Cuando ya no se oyen los buenos días,
porque nadie te hizo buenas las noches,
falta su mano conduciendo en el coche
y su olor, perfumando la alegría.
Cuando se cierra en la noche la puerta,
va quedado en el cuarto sólo la sombra
y, en la cama, sus labios, no se aciertan.
Y pasan los días y no se nombra,
el corazón y la vida despiertan,
y estar sin ti, ni da miedo, ni asombra.
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La maleta sin hacer…
Como si se hubiese marchado a dar una vuelta,
de esas en las que no coges ni la cartera
y dejas la ropa preparada para el día de mañana.
Un paseíto con las amigas, al banco de al lado de casa,
con su botellita de agua preparada, sin coger ni las pastillas.
De esas salidas en las que deja la ventana entreabierta
para que se ventile la casa, pero no entre mucho el polvo,
y el olor a limpio continúe perfumando el pasillo.
Se pierde la alegría de la casa, la sonrisa incontestable,
las voces desde el piso de abajo y el Whatsaap con el “dime algo”.
Se alejan las cosas a su manera, el orden a gusto,
su generosidad, tenaz como mi espera.
Queda pendiente el abrazo del “menos mal que has vuelto”,
el beso de la madre, las palabras de perdón del buen hijo.
Las reprimendas aleccionadoras, los consejos y los mimos.
Así se van algunas personas, se marchan sin despedirse,
sin proponer ni fecha ni hora.
Aunque se quedan. Porque así, permanecen: aquí y ahora.
Córdoba, 16 de abril de 2020.