Yo, nunca di marcha atrás en mis pasos,
ni he vacilado ante cualquier negativa.
Yo, que siempre quise para mi vida
la continuidad firme de un solo trazo.
Contigo, he tenido que necesitar un abrazo,
he vuelto al mar, he encontrado la salida
más cercana a la oportunidad retenida
que se adivina en el brillo de tus ojazos.
Contigo he sabido qué es estar descolocado
e incluso lejos de todo, sentirme en casa.
Apareció otra vez el fuego, que creía apagado.
Soy muy feliz, y entenderás que, a veces pasa,
mi piel con tu piel, es juego íntimo e inacabado
que nos enciende, sonrientes, y nos abrasa.
Si ella volviera, le diría todo aquello que no supe,
y le repetiría todo lo que me atreví a contarle.
Terminaría la tareas pendientes, esas de las que me advirtió.
Recogería los papeles, encajaría la puerta, cerraría los libros,
mandaría a galeras los archivos y bajaría la persiana en la clara tarde.
Si yo volviera al día en que dejó de hablar, pero no de mirarme,
le sostendría más fuerte la mano para que no se fuera.
La abrazaría quedándome resguardado en su pecho.
Como antes.
Como cuando no me daba cuenta de todo lo que me quería,
como hoy me doy cuenta, de todo lo que yo la quiero.
Si todo siguiera igual, si aquel tiempo se detuviese.
Si aquel día con su hora determinada no llegase.
Fijaría su sonrisa, su carcajada. Mi felicidad atada a un delgado hilo
y su presencia a las cosas que me contó, cuando era pequeño.
Atanor silente, de piedra reverdecida,
donde juguetean los pájaros.
Y una mariposa blanca encendida
revolotea, sola, a paso cansado.
Oigo los desparecidos rumores
del agua que navega despavorida
y el charco solitario que crece,
por la pared abandonada y herida.
Nítida la pena, queda confuso el camino
para una corriente detenida y nueva.
No tiene agua pasada mi molino,
ni piedra abrazada que lo mueva.