MIS NIÑOS
Mis niños tienen hambre, sed y frío
por un calvario que ya nunca cesa.
Mis niños tienen dolor, miedo y pena
en el camino al exilio infinito.
El hambre pegada a los huesos,
la sed marchitando palabras,
el dolor sin triste consuelo.
El miedo pintado en sus caras,
el frío congelando sus pasos,
la pena envuelta en garabatos.
No tienen ropa, ni juguetes ni cuna,
sus lamentos al viento en un sordo mundo,
no tienen palabras, ni sueños ni arrullos,
en una noche sin estrellas ni luna.
Su ropa es de sangre y cemento,
sus juguetes se desbaratan,
su nombre pintado en sus miembros,
sus sueños partidos al alba.
Sus cunas son de astillas y barro,
sus arrullos de bombas y carros.
No tienen sudario, ni tumbas ni flores,
almas menudas sin nadie que las arrope.
Su sudario es plástico tieso,
su tumba de escombros y tablas,
sus flores de ceniza y cielo.
No saben de política ni de dioses,
mis niños solo se saben muy solos,
con padres rotos por el duelo,
madres que ya no cantan nanas
y hermanos que yacen en polvo.
Con sus escuálidos rostros espantados,
abandonados y muertos y borrados.
Voces mudas entre temblores,
mis niños no tienen lágrimas,
secos, vistos mil y un horrores.
Fuera del mañana, del hoy y del ayer;
de la memoria, el tiempo y el espacio,
no tienen hogar al que poder volver.
Solo les queda un cementerio infame,
entre altos muros de hormigón,
forjado a mano con hierro y fuego,
en suelo bendito entre el río y el mar.
Mis hijos de piel de aceituna,
con sus grandes ojos de miel
y su mirada pura y profunda
son hijos tuyos también.