BENDITA GUERRERA
Mª Ángeles Tejero Hernández
Era verano. Aquella mañana de Junio se había levantado un terral espantoso y a Laura le había costado salir a caminar. Sólo estaba de 26 semanas pero ya empezaba a sentirse torpe y pesada y aquel aire caliente no le ayudaba.
Al llegar a Cruz Conde sintió un punzada terrible que le obligó a doblarse justo a tiempo de ver como sus mallas premamá se mojaban …
De lo que sucedió después sólo tenia imágenes confusas, ruidos lejanos. Una voz que llamaba a una ambulancia, un traslado rápido, un dolor que no le daba un respiro, una vía en su brazo, un paritorio, los latidos del monitor a toda velocidad … Por encima de todo recordaba su cara mojada. No podía parar de llorar, llorar, llorar,…
María había decidido llegar al mundo con 550 gramos de peso y unos pulmones rudimentarios. Una guerrera sin casco, ni armadura en un castillo de
cristal transparente…
Empezó entonces un viaje en una noria en la que uno no tenia más remedio que embarcar. El vértigo desde arriba era atroz, el miedo intermitente , la incertidumbre por compañera de vagón…
Al tercer día de ingreso Laura empezó a despertar de su neblina emocional. La voz al otro lado de la incubadora comenzó a hacerse entendible.
– En la ecografía se ve un poco de sangre en un lado por eso le hemos cambiado el tratamiento que te comentamos ayer para el ductus.
La doctora no tenía mas de 30 años pero hablaba con gran aplomo y tranquilidad. Su mirada era dulce. Se explicaba mimando cada palabra que decía, dejando los silencios adecuados, sin dramatizar, sin banalizar, sin juicios, sin estridencias…
Laura llevaba ya 4 días sin dormir y apenas había comido. Tenia los ojos hinchados de llorar, la ojeras pronunciadas y una palidez a prueba de maquillajes …
– ¿Te traigo una silla mami?. No era ninguna pregunta.
Eli, la enfermera que llevaba a María, ya le había colocado una debajo y le sujetaba el brazo para ayudarla a sentarse.
– ¡Está hecha una granuja, no quiere nada más que quitarse el tubo! Le he tenido que meter las manos en el pañal y luego la muy pilla ….
A Eli le gustaba hablar. Desde el primer día había charlado mucho con ella y con María . Con las horas de insomnio acumuladas Laura no estaba para mucha conversación pero las historias de Eli sobre las “travesuras” de su pequeña kamikaze siempre conseguían sacarle una sonrisa.
– Mañana le repetiremos la ecografía y seguro que ya estará mejor mamá – dijo despidiéndose la doctora.
Aquella promesa se cumplió pero el viaje acababa de comenzar.
Después del dichoso ductus, vinieron problemas en el pulmón, en el intestino, un tubo en la barriguita, un par de infecciones con sus correspondientes ciclos antibióticos, unos movimientos raros de las manitas y la lengua, …
La pequeña María sorteaba aquellas batallas y sus vaivenes empeñada en demostrarles a todos que era invencible, que ella había llegado para quedarse y que la rendición no estaba dentro sus planes.
Los días se sucedían como un ciclo torturador para Laura: visita, preguntas, respuestas cargadas de interrogantes, sonrisas, apretones de manos, bromas de Eli, lágrimas, más preguntas, menos respuestas, otra noche sin dormir bien, y siempre la culpa. Una culpa callada, que intentaba arrancar de la cabeza pero que seguía allí, invadiéndola sin tregua.
Laura no estaba sola. En la misma trágica atracción viajaban otras personas, padres de impacientes aventureros que acudían cada día a llenarse de preguntas, lágrimas y sonrisas con cada pequeño avance o retroceso…
Sus compañeros en la salita de padres se esforzaban en animarla. Era imposible no sentirse familia de aquellos guardianes …
En aquella comuna improvisada cada victoria se celebraba por todo lo alto. Se había creado entre ellos una complicidad que les hacia compartir consejos, chistes, cafés de máquina, botellas de agua, empanadas del pueblo, y también paquetes de pañuelos. Si, las lágrimas también se compartían,…
Y pasó Junio. Y pasaron Julio y Agosto. El primer día de Septiembre Laura reunió fuerzas y al llegar la hora de la información soltó la pregunta del millón.
– Clara, ¿tú crees que debo de ir comprando ya una cuna?- lo dijo de corrido mientras sostenía la manita de María .
Aquella mano le había agarrado fuerte el alma desde el primer día. Sólo eso la había mantenido cuerda en la noria…
– Creo que vas a necesitar algunas cositas más querida, Mariquilla es un terremoto – le contestó la doctora con una sonrisa XXL…
Era verano. Ya había pasado un año desde aquello y al pasar de nuevo por la esquina de Cruz Conde María se giró en su sillita y la miró.
Bendita guerrera